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África

 

 

¡Qué lejano exilio he escojido!

¡cuán lejos me siento de ti!,

¡cuánto anhelo el feliz recuerdo,

de un día juntos!.

 

 

 

Anochece en el puerto,

las sombras obscurecen las formas,

y aletargan los sentidos.

Una suave brisa agita las ramas,

más valientes, de algunas palmeras,

y suaves, muy suaves olas,

resbalan hasta la orilla.

Una luna alta y fina,

iluminada sin vernos.

Algunas luces del puerto,

la carga y descarga ,

y el ritmo del mar,

la calma profunda y cansada,

que deseaba hallar,

tan lejos de un hogar.

 

 

 

Siento tu recuerdo,

como una herida abierta,

en mi duro pecho.

Siento sangrar el amor,

como si fuera fuego.

Día a día, momento a momento;

y mis lagrimas caer al mar,

...y no seran nada.

 

Cerveza y limonada,

mirando al mar, ya negro.

¡Qué mezcla más extraña,

en tan remoto lar!.

 

 

¿Y yo?, que busco desesperando,

un rayo verde en cada puesta de sol.,

un rayo verde en cada atardecer,

un rayo verde al alba.

Paseando por los viejos muelles,

mugrientos y sucios,

tropezando con descargadores y marinos,

aceitosos y gente de mal vivir.

Paseando por extraños acantilados ,

a orillas de lejanos oceanos.

Andando por remotos senderos de montaña,

buscando sonámbulo ese rayo verde ígnoto

que se me niega cómo el amor.

Siempre un descuido, un parpadeo fugaz.

Una nube, la barca, un pajaro,

el mismo sol, como el amor,

se escurre de mis manos.

Curioso trópico, de engaño,

y grandes verdades,

crueles como la propia vida,

yacientes en su suelo rojo.

Permitiendo el exilio,

pero negando la ausencia ,

y la soledad de si mismo.

¡Cuántos solitarios de su propia ausencia!.

 

Olor a madera podrida,

chamuscada bajo el sol,

ese olor profundo y

una pizca ácido;

como la acidez de la piel,

el sudor obscuro,

las lagrimas que destiñen los ojos rojos.

Olor a madera, olor recio, fuerte,

no aroma, no perfume ni esencia.

Olor vigoroso, saturnal,

que se pega a la nariz...

¡y cómo sufres su ausencia!.

 

 

Veo cuerpos vacios,

desplazandose como vagas sombras,

delante de mis cansados ojos,

cegados ya por la luz.

Veo grandes cuerpos, al ritmo,

se mueven, de la luz y el viento.

Veo ese cielo tan azul y esa luz...

y esos cuerpos que bailan.

Observo la miseria como avanza,

como todo lo engulle paso a paso,

dentellada a dentellada.

Y oigo un silencio, de una pena eterna,

que parece envolverlo todo.

Siento en mi boca el sabor ,

de la miseria, su aroma,

invade mis sentidos,

mientras mis ojos se ciegan,

en la sordida belleza del paisaje.

 

Senderos de tinta,

arena y barro.

Senderos de tinta sobre el papel,

dibujando la abstracción,

de una mente vacia y hueca.

Vaciando el blanco del papel,

del sentido de la luz.

Sumerguiendo en la obscuridad,

el pensamiento más vacuo,

y las sensaciones más extrañas.

Y pasa el tiempo,

y se acaba la tinta,

y se vacia el alma,

dibujando una mancha negra,

en el pequeño papel de tu recuerdo.

 

 

 

 

¿qué paisaje han visto mis ojos?

¿qué aire han respirado mis narices?

¿qué memorias oculta mi alma?

¿qué es está puesta de sol?

Veo una pobre mano negra,

extendida sobre un vacio sin fé.

Veo esa mano y escucho,

oigo una voz que me resulta

extraña e hiriente: "give me",

que se repite como una cantinela,

resueltamente obscena,

que resuena sin cesar en mis oidos.

Respiro con alivio el olor a madera quemada,

no sé si arde o se pudre al sol,

y veo aquellos enormes ojos muertos,

que miran a nadie y dicen "give me".

Veo remoto el recuerdo ,

de puestas de sol y vida salvaje,

mientras sólo veo una mano extendida,

negra como la noche, sucia y vacia.

Mis ojos son ya opacos,

no consigo ver nada ni a nadie,

y mis recuerdos se tornan como el aire,

acres y violentos; gimen en mi garganta.

¡Pasta de maíz, más pasta de maíz!

Mis manos llenas de pasta de maíz,

que me llevo a la boca hambriento,

haciendo bolas, pequeñas bolas,

y mis manos ya negras y pobres,

recogen está pasta y llenan mi boca.

Siento el grito, la exigencia, el ruego,

la suplica, la plegaria, sin resuello.

La venganza, el odio, el desafío.

Give me, mientras unos grandes ojos,

negros como la noche me recriminan,

un antiguo pecado que ignoro.

Observo el sol retirarse,como esos

obreros, la ropa hecha jirones,

que arreglan el cambio de agujas,

en una perdidad estación de tren.

Y siento mi camisa tambien pegada a la piel,

y el sudor ácido y el olor a brea.

Pero, ...volveré a mi hotel;

sus sabanas son blancas,

hay agua y jabón y aire...

Agacharé la cabeza al entrar,

procuraré no tocar nada y que nada me toque,

que ni siquiera el aire me roce,

que mis narices no se impregnen,

de aquel olor profundo a vida.

Y mis pies no pisen el polvo,

de aquel suelo, ni mis manos,

las paredes de su choza.

No tocaré el barro ni las ramas.

No tocaré aquella tierra,

ni me calentaré en aquellas brasas.

Pero mis ojos miraran sin ver,

mi garganta se secara,

de sol y polvo,

mis pies se cansaran,

de caminos vacios,

y mi voz cansada saludará,

a alguien que obscuro y triste,

pasara como una sombra por mi lado,

me adelantará y se ira para siempre.

Vuelvo a ver aquellas manos,

pequeñas y sucias,

hundidas en mil fangos,

consumida en muchas brasas,

en mucha miseria, y aquel rictus,

ni doliente ni alegre: ¡give me!.

 

 

Unos pocos tomates pequeños,

muy pequeños y en exceso maduros,

parecen flotar en un vacio,

en un entramado de cañas

ingrávidos unos tomates,

y a su lado dos mecheros de plastico,

blancos, diez cigarrillos casi usados,

y una gran cebolla deshojada.

Debajo el polvo rojo, la tierra ardiente,

y un poco de barro, y el cadaver casi seco,

de un extraño insecto.

Una mano grande, todo huesos, espanta

quedamente, sin prisas,

un enjambre de moscas verdes.

Rebolotean, grandes y pesadas,

sobre los tomates reventones, rojos,

como la sangre, que a cada momento que pasa,

se me antojan más y más pequeños.

Y dejó de mirar antes de que ya estos,

comienzen a escurrirse entre el entramado,

cuidadoso y regular de cañas,

y desaparezcan confundidos con el polvo,

el insecto, las moscas y ese barro tan fino.

 

 

 

 

Una pareja en Kisumu,

estan tomando algo en un bar,

de un Hotel en Kisumu,

es una terraza en un jardin,

él, blanco, viejo y cansado,

aposenta su culo en un sillon de cañas,

su barriga intenta reventar la camisa ,

que le ciñe las axilas sudadas,

sin furzas para conseguirlo.

Ella es negra y hermosa,

como una makonde, esbelta ...

lujuriosa, elegante, con un bello tocado,

coronando su huidiza frente.

El debe ser un turista, quizás americano,

ella es una prostituta.

La pareja toma algo en un bar,

lo que toma ella parece caro,

el sorbe quedamente una cerveza.

Ella sabe que el valor de aquel licor,

paga una semana de vida,

y él tambien lo sabe.

Ella tambien sabe, que aquella noche,

tragara el sudor amargo y ácido,

el asco y la miseria de ser rica,

en un país de pobres.

Pero mañana, al alba, tendrá dinero,

para seguir un día y otro día,

tomando algo en algun bar de Kisumu.

 

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